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Dejemos de llamar a los desastres, naturales
Ya no somos un grupo pequeño y aislado que cree que los desastres no son naturales. Ésta teoría surgida con mayor fuerza en los años 80s en EEUU, Europa y Latino América, pretende explicar los desastres como fenómenos o construcciones sociales en la que la percepción individual y colectiva, entre otras dimensiones netamente sociales, son determinantes para producir un desastre. Aquí, un evento natural extremo como terremotos y huracanes es entendido como un desencadenante del desastre pero no su causa de fondo. Para dar un ejemplo, imaginemos que se produce un terremoto en medio de la nada, en una región deshabitada, por lo que no mata personas ni destruye edificios, por lo tanto no es un desastre. El desastre toma forma, se materializa, cuando ese terremoto encuentra a su paso una población sin preparación, desprevenida, frágil, vulnerable. Hay una ecuación conceptual ampliamente difundida que resume esta idea:
Vulnerabilidad x Amenaza = Riesgo → Desastre
La ciencia de los desastres, antes limitada a las ciencias naturales como la sismología, se ha expandido desde entonces a disciplinas de las ciencias sociales y áreas interdisciplinarias como el desarrollo sustentable y el cambio climático. Con todo, los horizontes y desafíos de la ciencia de los desastres requiere del trabajo conjunto, inter y transdisciplinario de varias ciencias para resolver los complejos problemas que plantean los desastres, desde sus orígenes físicos, causas de fondo relacionadas al ‘maldesarrollo’, gestión de emergencias y también durante los procesos de reconstrucción. Esto nos ha permitido entender que hay grupos sociales más susceptibles a sufrir durante los desastres: los pobres carecen de recursos y redes de apoyo para sobreponerse rápidamente, las personas con discapacidad generalmente quedan fuera de los programas preventivos quedando más expuestos, entre otros.
Pese al avance, la idea de que los desastres son naturales parece no disminuir, más bien se renueva con cada nueva catástrofe. Tras el paso del huracán Harvey que causó 75 muertes y cerca de 75 mil millones de dólares en pérdidas el pasado mes de Agosto, las cadenas de televisión estadounidenses, chilenas e internacionales repitieron constantemente la palabra ‘desastre natural’ para referirse al impacto negativo del huracán, como lo siguieron haciendo con los huracanes Irma y María, pero también con el terremoto de 7.1 grados (Mw) que azotó la Ciudad de México y otras localidades cercanas hace unas semanas. Aunque gramaticalmente puede parecer correcto agregar el adjetivo ‘natural’ a un desastre que fue gatillado por un evento natural extremo, esto evita subrayar la triste verdad que los desastres esconden. Las personas mueren por la negligencia de ingenieros y constructores cuando los edificio colapsan como sucedió en México, o por la corrupción de los políticos que recalifican terrenos donde ciertos edificios no pueden ser construidos como sucedió en Turquía en 1999, o simplemente porque los gobiernos han facilitado un desarrollo inequitativo e injusto, asumiendo riesgos cuyo beneficios son para unos pocos a expensas de la mayoría como sucedió en Katrina el 2005.
La forma en como comunicamos no es neutral e inofensiva, el lenguaje crea realidades, da forma a pensamientos e ideologías, y éstas definen nuestra forma de pensar y construir nuestras ciudades y espacios públicos. Por eso es importante dejar de llamar a los desastres, naturales, porque con ello se desvía la atención de lo que es realmente esencial, es decir, todos éstos aspectos sociales, económicos y políticos sobre los cuales tenemos toda responsabilidad. Aunque no se ha medido, llamar a los desastres, socio-naturales, parece mejor y más efectivo. Son varios los grupos de investigadores, en especial en Latino América, que ocupan este concepto para concentrar la atención sobre el hecho de que los desastres tienen siempre una causa social, económica y política, la cual resulta más relevante que la causa ‘natural’.
Por Vicente Sandoval